El evangelio leído hace algunos domingos es el famoso pasaje de Jesús y Zaqueo, el publicano (Lc 19,1-10), a quien injustamente le han tachado de bajito, pues el pasaje no indica quién era el bajo, Zaqueo o Jesús. Pero, dejando lo anecdótico a un lado, hay que indicar que los publicanos eran judíos que cobraban los impuestos para el imperio romano, derecho que obtenían en lo que hoy llamaríamos una licitación. Ganada la licitación y pagada la cantidad acordada a la autoridad romana, procedían a recaudar de sus compatriotas bastante más de lo que habían pagado, obteniendo así suculentas ganancias (Lc 3,12; 19,8). Evidentemente, eran abiertamente odiados por sus compatriotas, dado que se enriquecían a costa de ellos con los impuestos impuestos por el invasor.
Quisiera aclarar que en la Biblia ser rico no es un pecado ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Lo que sí condena con energía es la riqueza mal habida, la riqueza obtenida estafando o robando a los demás, y de manera especial a quienes menos tienen.
No hay que ser demasiado letrado para darse cuenta de la relación directa que hay con uno de los motivos más relevantes del, para nada sorprendente, estallido social que hemos experimentado. Por años la mayor parte de nosotros hemos sido robados con alzas y precios exorbitantes que han generado ganancias multimillonarias a un grupo de privilegiados. Grandes empresas que incluso han financiado prácticamente a toda la clase política, la que hizo un pacto para detener la investigación correspondiente, como recordaba no hace mucho el ex fiscal Gajardo, quedando hasta el momento impunes.
Uno de los grandes peligros que, me parece, se cierne en la situación actual es el de que nos olvidemos de establecer las correspondientes responsabilidades y todo se cubra con un manto de impunidad. Zaqueo, el publicano rico del evangelio, dio la mitad de sus bienes a los pobres y a quienes había defraudado les devolvió cuatro veces lo estafado (Lc 19,8).
No se trata sólo de empezar ahora a hacer las cosas mejor, a empezar a ser un poco más justos, también está la obligación, el deber de reparar el daño causado.